REFLEXIONES ANTE LA CRISIS POR COVID 19

Tengo 94 años. Cumplo con los cuidados recomendados con la cuarentena, pero lo hago no por miedo a la muerte, que no la tengo, sino porque quiero ser partícipe de la construcción del nuevo estilo de vida para mi país y el mundo. Creo que ante esta enorme crisis que se ha desencadenado, en lugar de llorar la desgracia, la impotencia y la mera asignación de culpabilidades pasadas debemos esforzarnos por pensar estudiar, discutir , proponer e impulsar alternativas.

Si somos capaces de recapacitar sobre el mundo de injusticia, inequidad y depredación que ya se tornaba inviable y si somos capaces de despojarnos del egoísmo, la competencia y la falta de responsabilidad y solidaridad y si así lo deseamos más que dejar las diferencias para unirnos solo muy circunstancialmente, debemos plantearnos cómo hacer para potenciar que nuestras diferencias construyan y no obstruyan la cooperación. Estoy convencido que nos sorprenderemos de ver como reconstruimos, no ya el mundo que descartamos sino un nuevo mundo.

En la dirección de ponernos a pensar y cooperar con los desafíos que debemos afrontar menciono algunas reflexiones. Es posible que parezcan utópicas, sin embargo, confío en que somos capaces de haber aprendido de la trágica sorpresa del virus y sorprendernos a nosotros mismos con hacer realidad utopías.

Considero como base de la conversación que la democracia es la herramienta más revolucionaria y conspirativa para lograr frenar para la sociedad, la concentración del poder que produce desigualdades, inequidades, injusticias y destrucción de la naturaleza e impide la construcción de un mundo responsable, solidario y plural.

En la democracia las decisiones sobre los destinos de cada país y de la humanidad la toman las personas que han sido elegidas como gobernantes de cada nación y por los acuerdos que ellos establecen.

El primer desafío consiste en encontrar los mecanismos para asegurar que las personas elegidas para gobernar los países cumplan con los mandatos conferidos y no se aparten de esa obligación.

El segundo desafío es cómo lograr que los gobiernos de los países conduzcan la economía y las acciones políticas para vivir y disfrutar y no para sufrir y morir, que cuida el medio ambiente y no lo depreda, que incluya a todos y no haya pobres, que ame y sostenga la paz, que no permita los abusos la violencia ni la corrupción. Un mundo sin ganadores y perdedores, sin victoriosos y derrotados, un mundo sin competencia, un mundo de cooperación, solidario y generoso. Es decir, fundar una economía social, moral, cuyo motor central no sea el beneficio del capital a cualquier costo sino el bienestar social, de ahí la consigna de la política social.

El tercer desafío es ya instrumental y se trata de transformar la economía de mercado tradicional en una economía volcada a las demandas básicas insatisfechas de los hasta hoy excluidos del mismo. Es el mercado real potencial existente y demandante pero no satisfecho constituido por los pobres, los sectores de bajos o ningún recurso. El real desafío de los gobernantes debe ser establecer condiciones igualitarias para la población en los servicios básicos: salud, educación, vivienda, cultura y no limitar los servicios de primera para una población reducida y otra educación de tercera para la inmensa mayoría de la población. La población en su mayoría deberá tener acceso no a los mínimos de bienestar, sino a condiciones igualitarias de calidad de los servicios básicos.

El cuarto desafío imprescindible para los gobiernos debe ser establecer condiciones para que la población tenga posibilidades igualitarias reales de participar en las relaciones económicas y sociales. Si la gran mayoría no tiene la posibilidad estructural de poder acceder a bienes y servicios se estimulará la brecha entre pobres y ricos, la injusticia y la discriminación, condenando a la inmovilidad social y a la exclusión permanente de la mayor parte de la población.

Para hacer realidad los dos últimos desafíos, toda la población debe involucrarse a nivel de desarrollo local y barrial; se deberán relevar todas las necesidades no cubiertas (vivienda, agua, cloacas, alimentación, salud, educación, transporte y comunicación) y articular la acción de los trabajadores, los que no tienen trabajo, las pymes y empresas nacionales, el capital social y las autoridades públicas. Nadie podrá seguir actuando como lo hacía antes. También tendrán que cambiar aspectos instrumentales: los bancos, el sistema financiero y crediticio, el control de la inflación y el manejo de las divisas. Pero la atención central debe ser ineludiblemente crear y sostener trabajo para todos con buena salud y educación.

Por último, el quinto desafío resulta sin duda el básico y fundamental. Es necesario encontrar caminos que induzcan a todos los seres humanos a canalizar sus deseos y emociones en premisas adoptadas a priori democráticamente por la sociedad, basadas en aspiraciones, valores y un contrato social, que fundamentalmente tengan en cuenta al otro para la convivencia y la cooperación. Una lección fundamental que nos deja esta crisis es que debe bregarse por un mundo en el que las personas se aceptan y respetan a sí mismas como lo hacen con los otros y donde estos responden de la misma forma en el marco de la convivencia. Se trata, ni más ni menos, de un sistema en donde desde la estructura, la desigualdad no puede aspirar a desarrollarse por mera voluntad del poder. La voluntad regresiva será imposible si no se brindan condiciones para que se ejerza.

En este mundo una nueva manera de vivir es posible y me permito invitar a mis compatriotas a responder y comenzar a elaborar las bases del futuro. Por mi parte, estoy dispuesto a hacerlo con ganas, esfuerzo, esperanza y optimismo. Es que estoy seguro será bueno para nosotros y nuestros hijos, nietos y bisnietos.

Miércoles, 1 abril de 2020
Rafael Kohanoff